He pensado mucho si intentar publicar este texto, también he pensado mucho cómo, e incluso si, lo compartiría en redes en caso de que se publicara (por ejemplo, ¿me creo un mejores amigos para ponerlo en Instagram?). Precisamente por todas estas dudas creo que tiene sentido que sea público.
Terminé el 2022 abortando. Recuerdo perfectamente todo lo que ocurrió durante esas casi tres semanas que transcurrieron desde que el test dio positivo; empecé a revisar los acontecimientos en los que ya estaba embarazada pero aún no lo sabía, pasé a clasificarlo todo en dos categorías: “antes del embarazo” y “después del embarazo”. Me acuerdo que, ante todo, sentía fascinación. Nunca he querido ser madre, por lo que la posibilidad de quedarme embarazada me parecía remota, nunca pensé en ello.
Abortar (para los que dicen que es siempre y sin excepción una decisión difícil y dura para una mujer) ha sido la decisión más fácil que he tomado en mi vida. Hablando con la gente sobre este tema siempre les digo que ojalá tenerlo todo tan claro como lo tuve al abortar: cero dudas, cero culpas, ningún pensamiento intrusivo.
Dice Elizabeth Falomir Archambault en su fanzine Abortos felices que “a quien aborta le está permitido una estrecha selección de sentimientos: alivio, culpa, vergüenza. Si vas feliz a abortar, sin duda eres una mala persona”. Mi aborto no fue traumático, fue una decisión que tomé plenamente consciente y libre. Si me vuelve a pasar tengo clarísimo que volveré a abortar. Hay muchas, muchísimas experiencias de aborto, la mía la cuento desde el privilegio de haberlo podido hacer en la ciudad en la que vivo (Lisboa) con garantías y de forma totalmente gratuita y segura. Tengo amigas que han tenido que abortar en países donde era ilegal, comprando las pastillas a unos precios altísimos en el mercado negro confiando en que no las estaban engañando o teniendo que ir a otros países.
En esas semanas leí mucho y hablé con amigas que ya habían abortado. Este intercambio de experiencias fue, sin duda, de las cosas más bonitas que viví en ese momento. Recuerdo llorar escuchando audios de mis amigas, de alguna manera me sentí muy conectada a ellas, me dieron la fuerza en los momentos de mayor miedo y ansiedad e, incluso, una de ellas me sujetó el pelo durante todas las veces que tuve que vomitar cuando tomé el misoprostol. Tengo la certeza de que si yo no me hubiera quedado embarazada todas esas conversaciones con todos esos detalles no hubieran ocurrido o, en el mejor de los casos, no con tanta intensidad. No encuentro las palabras para explicar la sensación de conexión con todas esas mujeres que a lo largo de los años han tenido que abortar, muchas muriendo en el proceso. Y también con las que vendrán, porque abortar es natural y muy frecuente. Ojalá normalizarlo, ojalá hablar de ello y ojalá poder vincular sentimientos como la alegría y la felicidad al aborto.
Durante este tiempo también he visto varios post de chicas de mi clase de la universidad que cuentan que van a ser mamás: una especie de diario donde relatan cómo se enteraron, los sentimientos, el vértigo, las náuseas pero, sobre todo, destacaban la alegría con la que recibieron la noticia.
Pese a que estoy hablando con normalidad de mi aborto, toda mi red o casi toda lo sabe o lo sabrá, yo no podré subir un post a Instagram hablando de mi alegría, porque yo también sentí mucha felicidad al expulsar esa masa de células que paralizó mi vida dos meses. Me encantaría compartir el privilegio de que el país en el que me encuentro me garantice un aborto seguro, acompañado, gratuito y libre. Me encantaría hablar del alivio gigantesco que sentí el lunes por la mañana cuando desperté en mi cama llena de sangre. De la alegría de poder decidir sobre mi vida y mi cuerpo.
También del dolor extremo, del miedo y de la ansiedad. De los momentos, especialmente al principio, de soledad máxima pese a tener todo el apoyo y el amor constante de mi red afectiva. O de la ansiedad que me invadía por las noches cuando contaba de manera enfermiza las semanas para asegurarme de que no pasaba de diez (el límite legal para abortar en Portugal son las diez semanas, un auténtico sinsentido). De construir en mi cabeza todos los escenarios posibles en los que me decían que no podía abortar. De llorar sentada en la esquina de mi cama, de llorar en la ducha. Querría hablar de la sala en el sótano del hospital donde se encuentra la consulta médica para embarazos no deseados.
Quisiera compartir el desajuste hormonal y el desequilibrio emocional por el que pasé las semanas posteriores. Sinceramente a mí también me hubiera gustado que me explicaran un poco en qué consistía todo esto, tener una especie de preparación al aborto, que dejaran hablar a las mujeres que, como yo, decidieron abortar sin dudas y sin culpa. Y también me gustaría que se callaran todos aquellos que nos miran con pena, con odio, con asco, con condescendencia.
En su libro El acontecimiento Annie Ernaux habla sobre el papel de los médicos y dice que “frente a la perspectiva de una carrera truncada, la imagen de una aguja de hacer punto dentro de una vagina carecía de peso para ellos”. Creo que sabemos de sobra que igual que si una persona quiere ser madre va a intentarlo por todos los medios y hasta el final, una persona que no quiere también llegará hasta el final para interrumpir su embarazo. Otra cosa es que esto último les importe una mierda a los que siguen decidiendo sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas.
Noticias: https://www.eldiario.es/pikara/abortar-no-traumatico-relato-alegre_132_9891250.html